Un padre cría solo a su pequeña hija después de que la madre desaparece sin explicación. Hasta que un día, 16 años después, la encuentra. La película del director de «Perdrix», protagonizada por Nahuel Pérez Biscayart, es la película de clausura de la Semana de la Crítica de Cannes.

Al principio rápido, casi como una película animada, que tiene LA HIJA DE SU PADRE, Etienne juega al fútbol, conoce a una chica llamada Valérie, se enamora de ella, tienen una hija y Valérie desaparece. Se sube a un coche y se marcha. Explicaciones, no hay. Regresos, tampoco. Fue y ya no es. Y Etienne se queda solo con la niña, llamada Rosa, y unos parientes que ayudan, un poco, cuando las cosas se complican. A partir de ahí, la nueva película del director de PERDIZ (ver revisa aquí) será una curiosa película familiar, centrada en la relación entre un padre y una hija que crecen juntos y aprenden a superar un momento muy difícil de sus vidas.
Pero Le Duc no se caracteriza por tener un estilo realista o convencional. El suyo discurre por caminos más parecidos a Michel Gondry, algo de Wes Anderson, un poco de Jean Pierre Jeunet o de las mencionadas películas de animación. Los personajes corren y la cámara corre con ellos, la música es un elemento importante en muchas escenas sin diálogos, y la dirección de arte y la puesta en escena son estilizadas, deliberadamente alejadas de cualquier tipo de realismo. No es pura fantasía sino una grandilocuente forma de realidad, movida por sentimientos muy reconocibles pero dentro de un estilo personal.

Nahuel Pérez Biscayart interpreta a Etienne (cuando es más joven tiene una especie de efecto de rejuvenecimiento digital en el rostro) y el argentino es un actor cuyo rostro y físico son ideales para este tipo de interpretación que por momentos parece sacada de una película muda. . No siempre lo usa –cuando quiere puede ser el más realista y crudo de los actores–, pero tiene la mirada y el cuerpo perfectos para convertirse, casi, en una marioneta de sí mismo, su propio personaje de animación. . Y por ese lado aquí se juegan las cosas, con una comedia algo triste, como conviene a una buena comedia.
El tiempo pasa y Rosa es una adolescente. Etienne, que es entrenador de fútbol en el club de la ciudad donde vive, tiene una buena relación con ella, aunque por momentos es prepotente, «la cuida» por ella. En el medio, Rosa (entonces interpretada por Céleste Brunnquell, de la divertida comedia de 2022, FIFI) ya tiene novio y todos parecen llevarse más o menos bien, más allá de los inconvenientes en que su padre pone a la joven pareja con su tendencia a llegar a donde no le corresponde. Y Etienne también está en una relación con Hélène (Maud Wyler, de la versión reciente de IRMA VEP), un pianista con el que todo el mundo se lleva muy bien.
La armonía familiar comienza a romperse por diversas razones -la mayoría por motivos relacionados con la independencia de Rosa- hasta que sucede algo inesperado: mientras ve un noticiero en la televisión, Etienne ve a Valérie entre la gente de Portugal. O cree que la ve, ya que han pasado 16 años y ella no está del todo segura. Y tiene que decidir qué hacer con la noticia. ¿Ir a buscarla para averiguar qué pasó? ¿Decirle a Rosa, que parece más enfadada que traumatizada por su abandono, e ir con ella? ¿O dejar de lado la supuesta noticia y no hacer nada?

NO HAY AMOR PERDIDO –tal es el título en inglés, bastante cambiado respecto al original– juega con esa historia en tono de fábula, una historia, que también tiene que ver con algo que parece escrito de forma literaria por uno de los personajes mientras se desarrollan los hechos. desarrollado por uno de los personajes secundarios. Es una historia compleja, con momentos duros y amables, pero a la manera de Le Duc se presenta como una historia más extraña, con momentos extravagantes y más emocionalmente clásicos.
La combinación suele ser feliz y funciona. Otros momentos –algunos más “fantasiosos”, cerca del final– rozan el exceso y/o el ridículo, pero es una especie de apuesta formal que acepta y tolera este tipo de desmadres, de esos que suelen existir también en las películas de Gondry o en algunas de los otros cineastas mencionados anteriormente. Le Duc no se vuelve completamente manierista, no se enamora del dispositivo creado y sabe cuándo es el momento de soltarse, de abandonar la necesidad de estar siempre poniendo un elemento extraño y disruptivo en las escenas, soltando el emociones de los protagonistas de una manera no tan mediada por recursos formales. Y ahí, cuando uno menos lo ve venir, la película se mueve.