Image default
Críticas de Películas

Cannes 2023: crítica de «Perfect Days», de Wim Wenders (Competencia)

Puede que no sea correcto decirlo, pero uno ya daba por acabado a Wim Wenders, al menos en el terreno de la ficción cinematográfica. El extraordinario cineasta, autor de clásicos como ALICIA EN LAS CIUDADES y PARÍS, TEXASParecía haber perdido por completo la brújula a la hora de narrar ficción. Lo hizo un poco mejor con algunos documentales (como CLUB SOCIAL BUENA VISTA, PINA o tal vez LA SAL DE LA TIERRA), pero en mi opinión no hay película de ficción digna de ella, al menos desde EL FIN DE LA VIOLENCIAse estrenó en un lejano 1997. Las seis ficciones que ha realizado desde entonces han ido de menos a menos y uno no esperaba que a sus 77 años entregaría una de sus mejores películas, para mí, desde LAS ALAS DEL DESEO.

Es, eso sí, una película muy diferente a las habituales, en la que apenas se reconoce su presencia. si uno viera TOKIO-GA, que realizó en 1985, y sabiendo de su amor por el cine de Yasujiro Ozu, podrá conectar más fácilmente la figura del cada vez más rimbombante y rimbombante director con esta historia cuyo minimalismo extremo parece existir en el otro extremo del mapa cinematográfico. Pero sí, es una película de Wenders, o al menos es él quien la firma. Y es muy bueno.

No estamos -esto es para aclarar- ante un potencial éxito de público ni nada por el estilo. Silencioso y modesto en todos los sentidos, DIAS PERFECTOS sigue paso a paso el día a día de un hombre de mediana edad llamado Hirayama (Koji Yakusho, actor de ANGUILA, de Shohei Imamura, y habitual del cine de Kiyoshi Kurosawa) que trabaja para una empresa que limpia baños públicos por todo Tokio. Está a cargo de lo que parece ser un sector, siempre el mismo, de la ciudad.

Hirayama vive solo en un apartamento diminuto y su rutina diaria es precisa, constante e incluye decenas de pasos. Comienza por doblar el futón, ponerlo a un lado, cepillarse los dientes, ponerse el uniforme, tomar una cámara, llaves, tomar una lata de bebidas de una máquina ubicada afuera de su casa, subirse a la camioneta de trabajo y ponerse un casete. siempre con algún tema de rock clásico, de The Animals a Otis Redding, de Van Morrison a The Kinks, de Lou Reed a Patti Smith y de Nina Simone a la Velvet Underground.

En el trabajo es igual de preciso y rutinario. Va de un lugar a otro sin alterar sus pasos. Y lo mismo sucede en el camino de regreso, que incluye llegar a casa y luego salir a comer en un puesto afuera donde ve un partido de béisbol mientras los clientes beben y hablan en voz alta. Hirayama apenas habla (tiene muy pocos diálogos a lo largo de la película) y a su movimiento habitual, no todos los días le suma un aseo en las duchas públicas, la compra de un libro en oferta o la visita a un restaurante un poco más elegante donde el dueño lo trata con amor.

Pero lo más llamativo de todo es su sonrisa y su mirada. Hace mucho tiempo que no sabemos nada de su vida, pero el chico recorre todos esos pasos que pueden parecer un poco grises y repetitivos con una calma y una paz sorprendentes en el rostro. No sabemos por qué, pero parece, si no feliz, al menos satisfecho con la rutina metódica de su existencia. Hasta que en un momento empiezan a suceder cosas –personas que conectan con él, colegas entre irritantes y simpáticos, unas cartas misteriosas, una visita inesperada– y la vida del protagonista se ve alterada. Nada que desvíe completamente la película para él o destruya por completo la rutina de Hirayama, pero dentro del marco de su vida hay eventos que parecen mover la Tierra.

Y eso, «casas más casas menos», como dice la frase, es todo amigos. Wenders ha elaborado una especie de shodo –el arte japonés de la caligrafía– en el que pequeñas alteraciones modifican la experiencia, como una poesía audiovisual armada de pequeñas rutinas que, un poco como PATERSON, de Jim Jarmusch, abordan la belleza de las minucias cotidianas de la existencia. O una versión actualizada de la vida de Travis. PARÍS, TEXASpero aparentemente sin el trauma del pasado.

Coescrita por Takuma Takasaki, la película se presenta casi como un poema zen, sosegada y sosegada pero no excesivamente lenta ni observacional (Wenders filma las rutinas de su protagonista sin extender la duración de los planos más allá de lo tradicional) y en ningún momento intentar poner en tensión al espectador ante alguna revelación oscura o densa. Sabremos, eso sí, algunas cosas más de su vida (le gusta hacer fotos de árboles, por ejemplo), pero nada que se asemeje a un trauma psicológico oa un acontecimiento determinado que le haya convertido en la persona que es hoy.

DIAS PERFECTOS –el título proviene de la canción de Lou Reed que escucha en su coche– se presenta como una modesta poesía audiovisual. El cine de autor internacional tiene decenas de ejemplos de este tipo, por lo que no se puede decir que Wenders haya inventado aquí algo nuevo. Pero ha entregado una película modesta, honesta, sensible y que apuesta por algo insólito en el cine contemporáneo: retratar a un hombre, si no feliz, al menos en paz con su vida.




Artículos Relacionados

Crítica de “Sound of Freedom”, la polémica película sobre la pedofilia con Jim Caviezel

Editor

Reseña Guardianes de la galaxia vol. 3: El arca de Noé que quiere salvar a Marvel

Editor

Crítica de “Vera y el placer de los otros”, descubrirse en las luces y sombras del deseo

Editor
Cargando....