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Críticas de Películas

Estrenos online: reseña de «Avatar: el camino del agua», de James Cameron (Disney+)

La idea de que un cineasta tan talentoso como James Cameron haya pasado y pasará el resto de su carrera expandiéndose dentro de una sola historia -un universo, como se le llama ahora- es frustrante, casi dolorosa. Se trata de un cineasta que narra de forma tan potente, clara y precisa, que tiene tantas ideas visuales y escénicas y que maneja los modos de acción y el cine de aventuras como casi nadie más que verlo dedicado en exclusiva al universo. de AVATAR Me parece una limitación autoimpuesta e innecesaria. Me pasaría con cualquier otro cineasta admirado en una situación similar – No quiero que Martin Scorsese haga secuelas de BUENOS AMIGOS ni Steven Spielberg de PARQUE JURÁSICO o INDIANA JONES para siempre– porque siento que prefiero verlos haciendo otras cosas. En el caso de Cameron, es aún más frustrante porque el universo que ha creado para esta saga me parece mucho menos interesante, rico y profundo que a él.

Dicho esto, no está mal. AVATAR: EL CAMINO DEL AGUA. Es mucho más interesante y complicado que los trailers básicos que se han visto hasta ahora y la maestría del director de TERMINADOR Es innegable, sobre todo en los escenarios dedicados a la acción, el combate y las persecuciones. Pero debo reconocer que el mundo de Pandora –más allá del asombro visual momentáneo que pueda generar– me interesa poco o nada. Sus personajes, sus relaciones, las metáforas utilizadas e incluso las ideas que representan me parecen excesivamente simplistas, repetitivas, algo básicas. Y este mundo incierto a medio camino entre la animación, la acción en vivo y quién sabe qué me da curiosidad por un rato, como quien escudriña un cuadro para ver cómo está pintado, pero no logro conectarme con él. Dicho de otra manera: si no tuviera a Cameron detrás de mí, tal vez ni siquiera vería una saga que promete abarcar cinco o seis películas, probablemente tres o más horas cada una sobre este universo.

AVATAR entra, con esta segunda parte, lo que en Hollywood se llama «construcción del mundo»: ir creando todo un mundo, un universo, en el que pueden entrar muchas historias diferentes, independientes en cierto sentido pero conectadas entre sí. Tengo la impresión de que hay dos formas de convertirse en un «creador de mundos». Una, la que estamos viendo en los últimos años, es la más comercial, empresarial, calculada. Los universos de Marvel, DC y esta etapa de GUERRA DE LAS GALAXIASsin ir más lejos, son mundos cerrados en sí mismos pero expansivos a la vez, ensamblados a partir de un imperativo comercial: tomar una audiencia cautiva y hacerla circular a través de todos los productos de la compañía, por más laterales y marginales que sean.

La otra forma de «crear mundos» es una forma más tradicional, que creo que Cameron representa originalmente. Es uno que tiene que ver con la obsesión personal, con la idea de dejar un legado, casi con la megalomanía. El artista establecido que siente que necesita crear un universo y poner algo como su filosofía de vida allí para la «posteridad». Este es el camino de JRR Tolkien, quien exploró EL SEÑOR DE LOS ANILLOS quizás más que necesario, el de GUERRA DE LAS GALAXIAS cuando las decisiones aún eran responsabilidad exclusiva de George Lucas y de muchos otros artistas que se obsesionaron con una de sus creaciones exitosas (literaria, cinematográfica, musical, lo que sea) y ya no pudieron salir de allí. Cuando Disney compra el estudio Fox, seguramente un atractivo al hacer esa adquisición fue la posibilidad de tomar y expandir el universo. AVATAR tal como hicieron con los de Marvel y GUERRA DE LAS GALAXIAS. Y es ahí donde se produce, o debería producirse, esa sinergia entre una obsesión personal y el deseo de explotar comercialmente una PI (“Propiedad Intelectual”, en inglés), creando una potencial saga que ya tiene una llamada previa por su nombre.

Es que en el ya lejano 2009 el original AVATAR Fue un gran éxito comercial. Hoy, trece años después de su estreno, sigue siendo la película más vista de la historia con 3 mil millones de dólares en ingresos a nivel mundial. Muchos de los lectores de hoy pueden haber sido niños cuando la vieron y otros no recordarán la magnitud del éxito, pero durante un tiempo se creyó que cambiaría la historia del cine para siempre. No lo hizo, de hecho, su influencia en la cultura popular posterior es bastante mínima, generó una locura excesiva y, en última instancia, agotadora por hacer cualquier cosa en 3D, y ahora regresa solo porque Cameron nunca pudo soltar su mano y piensa era solo el punto. punto de partida para el resto de su vida artística.

Si continúa o no, probablemente dependerá de la taquilla, y es imposible saber qué sucederá en los cines con esta secuela. Estoy seguro de que, por la expectación que hay, tendrá un buen comienzo, pero dudo que dure meses y meses en primer lugar como solía ocurrir con otras películas suyas. Tengo la impresión de que el público hoy está más dividido y segmentado que en 2009, que algunos espectadores adultos pueden distanciarse de la película por los temas que trabaja (aquellos que podemos definir a grandes rasgos como «progresistas», vinculados a los cuidados por el medio ambiente, la conexión con la naturaleza, su mensaje antiimperialista y colonizador, etc.) y que su propuesta visual, aunque muy mejorada, ya no es tan innovadora como hace trece años. Pero tal vez me equivoque. Cameron nunca ha fallado y quizás sepa algo del mundo que los más terrenales no saben.

Esta es una introducción muy larga para hablar de una película de la que no nos dejan estropear mucho, por lo que es limitado lo que se puede escribir al respecto. Se trata de una secuela clásica, que transcurre en el mismo planeta llamado Pandora, donde Jake Sully (Sam Worthington) se ha quedado a vivir con los Na’vi, formando una familia con Neytiri (Zoe Saldaña), con quien ahora tienen cuatro hijos. , dos chicos adolescentes, una chica adoptiva (Kiri, cuyo origen es un tanto misterioso/bíblico, aunque los del tema seguro que ya saben de qué se trata) y un niño pequeño. Parecen haber encontrado la felicidad viviendo allí, conectados literalmente con la naturaleza, con los seres vivos (animales, criaturas, etc.) y viajando por un mundo de postal fluorescente.

Pero la paz no dura mucho ya que los «humanos» («la gente del cielo«) regresan –ya verán cómo– con afán comercial/industrial pero también para arreglar algunos asuntos personales, algo que es toda una obsesión para la nueva versión del personaje del coronel Quaritch que interpretó Stephen Lang en la película original y que ahora, De alguna manera, sigue jugando. Partiendo de esta premisa, se desarrollarán las habituales batallas entre los dos claros enemigos, algo que la película compagina con la relación de Sully, su mujer y sus hijos (en ocasiones conflictiva), así como la de los Na’vi con otros pueblos. del mismo planeta, en este caso los Metkayina, que viven en una zona más acuática y no se parecen exactamente a ellos. Y así como la primera película puso el foco visual en los bosques y el aire, esta lo pondrá principalmente en el agua, también por motivos que no conviene anticipar. Todo, por supuesto, está ligado al funcionamiento «conectado» de este planeta, en el que la naturaleza y los habitantes trabajan juntos en armonía.

Habrá muchos otros personajes y tramas secundarias a lo largo de los 192 minutos de duración de la película y EL CAMINO DEL AGUA Pondrá el acento, como hace gran parte del cine contemporáneo, en las relaciones entre padres e hijos, en el afecto y las tensiones que allí se juegan. Sully lo vivirá con sus hijos, y lo mismo ocurrirá con, bueno, otros personajes y sus padres/hijos reales, adoptivos o un tanto misteriosos. El otro elemento fuerte de la saga AVATAR es, si se quiere, el místico, el que transforma a Pandora y los Na’vi en una metáfora idealizada de unos pueblos originarios –amazónicos, estilísticamente hablando– en los que viven en paz, armonía y conexión sensorial con el universo que se interrumpe con la llegada de las corporaciones militares y comerciales. Como en la película anterior, aquí Cameron pisa un terreno algo más frágil, recurriendo a escenarios e ideas un tanto trilladas.

Todo ello será la base sobre la que Cameron montará explosivas escenas de acción, las más brutales de tipo militar que se ven al principio (cuando la «Gente del Cielo» regresa a Pandora) y las que vendrán después, que se centran en la agua y en los que dejará patente su enorme maestría para crearlos y hacerlos impresionantes. Y lo dice alguien que pocas veces tolera las largas escenas de acción de las películas de Marvel que suelen durar toda la última hora de esas historias. Aunque sean iguales o más largas que esas escenas, las que filma Cameron tienen una potencia y una virulencia que resultan creíbles. Curiosamente, son mucho más realistas y emocionales que el 99 por ciento de los que se ven en las películas de superhéroes, incluso considerando que los personajes aquí son criaturas digitales extrañas y no particularmente lindas. Incluso en un mundo hecho enteramente de efectos especiales, los golpes y disparos se sienten más creíbles que en las historias que se supone que tienen lugar en algo parecido al mundo real.

La principal ironía de AVATAR –de las dos películas pero quizás más en esta– es una que recorre la historia del cine y que Cameron encarna muy bien en la suya. Me refiero a la idea que asegura que no se puede hacer una película bélica que sea antibélica, porque normalmente la tensión, la emoción, el suspenso y hasta la fascinación que generan las escenas de combate y acción que tienen esas mismas películas son contradictorias con cualquier tipo de mensaje pacifista o de armonía. En la forma de filmar de Cameron, esa contradicción está presente todo el tiempo. Es un cineasta que, filosóficamente, aboga por un mundo armónico, en paz, en contacto con la naturaleza y con el resto de los seres vivos, pero en la práctica sobresale creando escenas violentas, escenas de combate, llenas de explosiones, disparos y muertes. Es allí donde se siente en su elemento, por eso se destaca. El objetivo de sus películas puede ser la paz y la armonía, pero su impulso es el conflicto. Y es ahí donde marca la diferencia, donde su grandeza como cineasta es indiscutible.



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