Un pescador que toca la guitarra se convierte inesperadamente en una estrella pop viral y debe lidiar entre su vida actual y su pasado en este drama musical danés.

Las historias de ascensos, caídas y todo lo que puede suceder en medio de la vida de una estrella de rock han sido vistas por cientos. Y UNA VIDA MARAVILLOSA no agregará mucho a lo conocido. Quizás su mayor peculiaridad es que se trata de una película danesa, pero que imita, paso a paso, el modelo de Hollywood en la materia. Es la historia de un chico talentoso pero con problemas que salta a la fama de manera sorprendente y que se enfrenta a una serie de dilemas a la hora de decidir qué hacer con su vida.
Curiosamente, esta es una de las pocas películas musicales en las que la industria no se pone en el lugar del enemigo. Hay tensiones y algún malestar, pero el principal problema de UNA VIDA HERMOSA pasa por las dudas del propio protagonista, que duda entre meterse en esa espiral de éxitos y giras o mantenerse en su vida anterior, más predecible, tranquila y convencional.
El protagonista es Christopher, una estrella del pop danés cuyo estilo recuerda a tantos cantautores confesionales actuales (un poco Ed Sheeran, un poco Shawn Mendes, ese plan), algo que el tipo hace bastante bien, interpretando sus propias canciones (todo en inglés, aunque la película está en danés) y demostrando ser un actor aceptable. El hombre interpreta a Elliot, un pescador que toca la guitarra y que un día va a un espectáculo a tocar con un amigo que canta. A mitad de la canción el amigo se quiebra, no puede continuar, lo reemplaza y, por supuesto, lo hace mucho mejor. El público explota. Entre ellos, una madre y una hija (Suzanne y Lilly) que producen discos y quieren contratarlo.

A partir de ahí todo parece ir muy bien en su vida: graban la canción, se viraliza, hay shows, conciertos y programas de televisión, Elliot y Lilly se enamoran y todo transcurre como un sueño. Pero habrá complicaciones. Una de ellas es que el viejo amigo de Elliot aparece con la intención de «formar parte» del negocio (aunque la canción que tocaron esa vez fue compuesta por Elliot, el amigo siente que algo le corresponde) y el cantante duda entre ceder. presión de su amigo o de la discográfica, que le dice que se deshaga de él. Ese y algunos otros inconvenientes personales pondrán en peligro lo que parecía ser una consagración inevitable.
Durante la primera mitad, este drama sueco funciona de manera aceptable, sin grandes conflictos dramáticos, con canciones que realmente suenan como golpes y la sensación de que los problemas que aparecen son todos superables. Pero cuando reaparece el amigo, todo se desmorona. No solo entre los personajes, sino la película en sí misma, que exagera los conflictos (todo se podría arreglar con un par de conversaciones y algo de dinero), convierte al tipo en un villano, saca el peor lado de Suzanne y se suma a la relación entre Elliot y Lilly una serie de complicaciones innecesarias, de esas que parecen diseñadas y armadas para ser el punto clave a la hora de resolver el destino del protagonista.
Y así, poco a poco, UNA VIDA MARAVILLOSA se está convirtiendo en una especie de telenovela pop, cada vez más llena de clichés y situaciones melodramáticas ampulosas y poco creíbles. Y la gracia que tuvo en su primera parte está dando paso a algo así como una decepción. Es una película correcta en todos sus ámbitos –insisto, hasta las canciones podrían ser hits y quizás ya lo sean en Dinamarca–, pero se deja llevar por la fórmula, por intentar emocionar al espectador de cualquier manera y, quizás, incluso lo consigue.